Observo mucho y tomo aquellas tendencias que parecen más
interesantes. Ahora veo que lo último de lo último, lo que resulta ser más in, y que levanta pasiones, es sin duda
quejarse.
Echar la culpa a todo el que se mueva, y no parar de regalar lindas palabras
a todo el que nos rodee.
Hay personas que siempre
están hablando de sus dolencias corporales y de todo aquello que les aqueja.
Me pelo de frío. Me aso de
calor. No me gustan los domingos. Odio los lunes. Qué asco de tráfico. Está
lleno de bichos. Me duele la cabeza. Ya se ha vuelto a quedar colgado el
ordenador. Cuánta gente. Le falta sal. Está demasiado salado. Qué lento. Qué
sucio. Qué caro. Qué feo… Si se pusieran sobre el
papel, el diccionario de las quejas cotidianas de la mayoría de nosotros
probablemente sería más voluminoso que Guerra y Paz.
Tienen poca capacidad
para interesarse por los que les rodean. Cansan a quienes les acompañan y
suelen promover sentimientos ambivalentes, pues siempre justifican lo poco que
hacen por los demás. No pueden ser generosos con su entorno porque toda
su atención la tienen concentrada en su propio yo. Esto provoca que siempre
estén hablando de sí mismas y protestando de sus malestares. Se quejan
muchísimo, se ponen de mal humor y siempre se imaginan lo peor.
Ahora
en serio…¿Verdad que apetece salir con unos tapones en los oídos para no tener
que escuchar tanta queja? Todos tenemos algo de responsabilidad, porque en vez
de atender a lo que nos están diciendo y cortar de la mejor forma, echamos
muchas veces más leña al fuego.
Reconozco que en el pasado he sido un
especialista, y me costó un poco aprender a dejar de quejarme. Quejarse es gratis, no requiere pagar impuestos, y puede hacerse
todo el día. Es divertido para desestresarnos unos minutos,
pero continuar en la queja de forma continua…
sólo implica ganarse una enfermedad de por vida.
Todos tenemos una cantidad de
energía vital o libido que repartimos entre los
demás y nosotros. Dedicamos a los otros ideas y sentimientos, pensamos
en ellos y tenemos una representación de cómo son en nuestro psiquismo. Esta
representación requiere una cantidad particular de energía psíquica. Cuanto más
queramos a alguien o más importante sea para nosotros, más espacio ocupará en
nuestra mente y más libido tendremos destinada para él o ella.
21 días sin quejas
Es el tiempo
que necesita el cerebro para adoptar un nuevo hábito. Para dejar de ser víctima
y centrar la atención en lo que quieres en lugar de en lo que no te gusta.
Solemos
prodigarnos de tal forma con las lamentaciones y los chismorreos que
erradicarlos del día a día puede convertirse en un auténtico reto personal.
Esto es lo que propuso a sus alumnos Xabier Satrústegui “Soma”, director de la
escuela de yoga Witryh. Lo hizo en
2009 y, según señala, muchos de ellos continúan hoy intentándolo. “Todo el
mundo creía que lo superaría fácilmente, pero no fue así. Lo consiguieron muy
pocos y al cabo de varios meses. Es muy divertido y nos permite percatarnos de
muchas cosas de las que no éramos conscientes”, dice.
Quejarse está a
la orden del día entre todos los sectores de la sociedad, y no sólo en tiempos
de crisis como los que vivimos. La costumbre nacional de criticar y
descalificar en la sobremesa o en el bar, en lugar de actuar y pasar a la
acción contribuye a crear un ambiente de negatividad en el que es fácil
sentirse una víctima impotente ante todo lo que acontece.
La realidad es
que con cada queja hacemos que el problema crezca. Satrústegui lo expresa
poéticamente: “Lo mismo que la nieve sólo se derrite cuando el sol aparece,
sólo evolucionas cuando, ante lo que odias, hagas que el amor esté
presente”.
“La vida
se transforma a tu alrededor cuando adquieres el hábito de no quejarte,
criticar, chismorrear o victimizarte. El paraíso comienza a crearse en tu
entorno, el entusiasmo florece, el sufrimiento desaparece, la autoestima crece
y la felicidad amanece”, dice Satrústegui. Ahí es nada.
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